Sueño de una noche
En mi sueño me tenías
atrapada en tus mandíbulas, asida por el cuello.
Tú dijiste, porque en mi sueño tú hablabas,
que yo olía a hoces y tierra revuelta,
a la hoja de metal rojo oxidado de una trampa con dientes.
Tú probaste mi cuello, mi piel, mi suave piel
alrededor de mis patas y mi blanco rabito, las elegantes
largas orejas, el lomo y la pierna.
Tú abriste en canal mi vientre y miraste dentro de mi cuerpo
y tocaste lo que no era para tocar,
lo que no era para la luz
incluso para la luz de los sueños.
En el adúltero sueño encajamos.
Yo usaba tus zapatos y tus guantes,
con mi blusa envolvías tu cuello,
tu corbata azul estaba anudada a mi muñeca.
Nuestros botones, abotonados y desabotonados
hasta el amanecer, hasta que yo soy la única que queda
como Demetrio
—Puck nunca limpió sus ojos—
que deja el bosque,
todavía en el sueño y por siempre.
Cuando me encuentro contigo, el lunes o el martes,
digo buenos días caballero,
sí caballero,
buenos días señor
y tú sonríes y me das la mano y no sabes
de la leche que tú lamías entre mis dedos,
dedos sumergidos en la leche de la blanca ropa de la cama.
(Poema publicado en el suplemento Laberinto)