El lector nocturno

La antropóloga francesa Michèle Petit cree en las propiedades democráticas de la lectura. Sin embargo, no es ingenua. En su libro Del espacio íntimo al espacio público, FCE, 2001) nos advierte desde el principio: “No podemos conjugar lectura y democratización imaginando por ejemplo que la difusión de obras de alto nivel cultural, filosóficas o literarias, tendría un efecto profiláctico contra el totalitarismo o que bastaría para infundir una personalidad democrática”. Difundir obras literarias de calidad es fundamental. Fomentar la lectura en países sin lectores, inaplazable; siempre y cuando no confiemos a la lectura la función que no tiene. Los demasiados libros no pueden acabar con la violencia; es necesaria la participación activa de la sociedad y del gobierno en las áreas de seguridad. La lectura no hace menos pobres a los pobres; se requiere una política económica justa y redistributiva. La lectura no mejora a quien cree rozar el cielo: el soberbio. Tampoco la lectura disminuye la tasa de desempleo… y muchas cosas más no son funciones de ella.

¿Qué es entonces la lectura? Una oportunidad. Una valiosa ocasión para esbozar nuestro propio camino. ¿Puede servir a la democracia? Depende, hay de lecturas a lecturas. Según Petit, aquellas que se realizan de día o de noche. Las lecturas que se practican a la luz del día son producto de la revisión y de la aprobación por parte de la doxa escolar. Llevan puesta la etiqueta de la utilidad y la tarea. Son lecturas impuestas y debidamente ordenadas, no para disfrutarlas a profundidad (el goce es el primer expulsado), sino para atiborrar la memoria con una cascada imparable de datos. También para incrementar las frías estadísticas de la educación. No importa si no se aprende a leer críticamente, con paciencia y concentración, lo relevante es el número de tareas y lecturas obligatorias para tener ocupados a los educandos. Así lo han entendido los destinatarios de la enseñanza y asumen el rol. Ya no leen, (h) ojean. Con ello se justifican y acreditan.

Pero caída la noche irrumpe un lector distinto, transgresor, que en medio de números, calificaciones e imposiciones, abre un espacio: el espacio íntimo, donde está solo consigo mismo, protegido por la complicidad de la noche. Donde no hay reflectores que examinan sus conducta constantemente. Allí desempolva, sin ser visto, los otros libros. Esos que son mal vistos (a veces por los padres, la escuela o el trabajo) por ser placenteros, desordenados y divertidos; esos que te distraen, te mantienen como ensimismado, alejado. Esos que provocan carcajadas que cuestionan la seriedad y la tiesura del poder, sea este escolar, religioso o político. Me refiero a las novelas, los relatos de viaje, biografías, ensayos literarios, libros de poemas, filosofía…

El lector nocturno sabe que viola las reglas. No habrá tarea ni examen para la mañana siguiente. No obstante, lee compulsivamente, anota, regresa a la página, vuelve a anotar, se ha apoderado del texto. Algo ha encontrado en él que no puede abandonarlo. Lo ha descubierto. Se ha mirado. Es aquí cuando el espacio íntimo se dibuja y nace la posibilidad de articular el propio discurso. Dice Michèle Petit que la mayoría de jóvenes lectores (nocturnos) que ha entrevistado afirman que la lectura los enseña a dar nombre a las cosas. Trazan su destino gracias a la palabra que les ofrece la lectura: un lector, una voz. Pero ese espacio íntimo, reconocen, en ocasiones los aísla, los destierra del programa que otros habían diseñado para ellos.

Puede pensarse que la voluntaria y salvaje soledad que disfruta el lector nocturno mina los vínculos democráticos, pero, paradójicamente, los fortalece. “La lectura”, sostenía Juan García Ponce, “nos conduce siempre al espacio de los libros”. Casa común de la palabra y de la imaginación; sede privada cuyo arsenal de argumentos nos da la oportunidad de armarnos para la comunicación pública. “La palabra es nuestra casa. El lenguaje es una habitación que nos esculpe. Residencia, la palabra moldea, en su voz, nuestra experiencia” (Jesús Silva-Herzog Márquez). Es así como se fortalece la democracia: con el debate informado, con el ejercicio de la crítica. Giovanni Sartori advirtió que no se debe mezclar la biblioteca con la plaza pública. Lo que no observó es que muchas veces la primera nos lleva a la segunda. ¿Cuándo? Cuando en el espacio íntimo de la lectura toma uno la voz y la posición; cuando se tiene conciencia de la propia individualidad; cuando se sabe uno capaz de emitir un juicio porque la lectura lo capacitado para expresarse con imaginación y argumentos.

Una democracia con hombres y mujeres sin discurso es una democracia empobrecida, enmohecida ante la ausencia de discusión inteligente. El lenguaje es mediador de los conflictos y el creador de los grandes malentendidos. Su ejercicio en libertad es una condición democrática. La lectura nos hace participar, al menos con la palabra (que ya es bastante), y la participación nos obliga a regresar siempre a los libros para pensar un poco mejor y ver la realidad con nuevos ojos. La lectura juega un papel crucial en nuestra ciudadanización, nos hace conscientes de nuestro compromiso cívico. Por ello, nadie debe escandalizarse cuando los jóvenes o los niños se aparten a leer un libro en la intimidad; si hablan a solas, significa que se están preparando para ser ciudadanos más democráticos. Favor de tocar antes de entrar. Mantengamos los niños y los jóvenes al alcance de los libros.

About Irad Nieto

About me? Irad Nieto es ensayista. Durante varios años mantuvo la columna de ensayo “Colegos” en la revista TextoS, de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Publicó el libro de ensayos El oficio de conversar (2006). Ha colaborado en diversas revistas como Letras Libres, Tierra Adentro, Nexos, Crítica y Luvina, entre otras. Fue columnista del semanario Río Doce, así como de los diarios Noroeste y El Debate, todos de Sinaloa. Su trabajo ha sido incluido en la antología de ensayistas El hacha puesta en la raíz, publicada por el Fondo Editorial Tierra Adentro en 2006 y en la antología de crónicas La letra en la mirada, publicada en la Colección Palabras del Humaya en 2009. Actualmente escribe la columna quincenal “Paréntesis” en El Sol de Sinaloa.
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