Les comparto este bello cuento de la escritora Dulce María González (Monterrey, 1958-2014).
Mujer*
Sueño que soy niña. Al abrir los ojos extiendo la mano y descubro a una mujer diminuta sobre mi palma. La pequeña levanta la vista para encontrar los enormes planetas que la observan, mis pupilas. Le sonrío porque siento lástima de verla tan indefensa, su cuerpecito temblando. Cierro los ojos para relajarme, porque los dedos se me crispan cuando ella, negándose a desaparecer, se aferra con desesperación al meñique como si se tratara de un árbol. Al levantar de nuevo los párpados encuentro que se ha ido. Por fin estoy sola. Un sentimiento suave, aterciopelado, se me derrama dentro. Un tarro de miel muy dulce que me colma el cuerpo. Entonces lloro por la pequeña, por mi falta de amor, por su miedo. Elevo la mirada en un intento de comprender lo que sucede. Una mujer gigantesca me observa. Sus ojos son tan grandes como el sol. De su nariz fluye una tormenta a través de túneles oscuros, profundos. Intento correr, liberarme del terror que me paraliza. Despierto sobresaltada. Al bostezar extiendo la mano y descubro una pequeña herida en la palma.