El domingo pasado La Jornada semanal publicó un trabajo crítico (vale la pena leerlo) de Xabier F. Coronado acerca del miedo y el terror colectivo como instrumentos de presión sobre las masas o los grupos organizados, que lo mismo son utilizados en los regímenes autoritarios como en las llamadas democracias liberales. Hay un miedo básico, racional, una angustia provechosa que nos permite reaccionar ante situaciones de peligro y superarlas. Pero hay otro miedo que nos paraliza y subyuga, nos encierra en un entorno traumático real que nos convierte en una “caterva de individuos sometidos y atemorizados”. Es este miedo el que, a lo largo de la historia, se ha inducido y manipulado con fines políticos y religiosos, hasta imponer una cultura del terror que, paradójicamente, se asemeja a la indolencia.
El miedo es una de esas sensaciones incómodas que todos sentimos y que compartimos con la mayoría del mundo animal. El miedo y el temor, con sus variantes de angustia, fobias y demás dispersiones psíquicas, están siempre presentes en nuestra existencia y, de manera directa o indirecta, todos padecemos sus consecuencias en la vida diaria.
A nivel de especie, el miedo básico puede ser provechoso y tanto antropólogos como psicólogos piensan que es un mecanismo natural evolutivo. Aseguran que la tensión de alerta causada por el miedo es necesaria para vivir, superar los peligros reales y nos ayuda a defendernos de nuestra angustia. El miedo que entona, que impele a actuar y buscar respuestas, sirve para dominar esas situaciones que nos causan temor y aprehenderlas.
Pero hay otro tipo de miedo, el que paraliza, el que nos hace retraernos y nos impide reaccionar para superar sus causas. Este otro miedo es el que puede ser manipulado para dominar a otros. A nivel colectivo, los poderes fácticos que gobiernan nuestra sociedad utilizan el miedo para someter a los individuos y mantenerlos en un estado de bloqueo que limite su acción y sus criterios. En la historia de la humanidad, la utilización política y religiosa del miedo está bien documentada. Ese miedo colectivo nos mueve a actuar de manera condicionada o a aceptar situaciones impuestas por temor a rechazarlas ¿Quién nos inculcó el popular “ni modo”? Quien lo haya hecho consiguió la perpetuación de la desigualdad, la injusticia y la falta de solidaridad ante el temor mezquino de que si actuamos las cosas podrían empeorar para nosotros…