Ósip Mandelstam: las letras frente al poder y el terror

En el blog de La Tempestad José Luis Bobadilla nos comparte un breve ensayo sobre el poeta ruso Ósip Mandelstam, uno de los valientes escritores que enfrentó, con sus palabras, su poesía, su arte, a Stalin, y le costó la muerte. Los escritores son peligrosos para las dictaduras porque trabajan con palabras y éstas a su vez pueden transmitir ideas. Pero ideas que no controla el tirano, que circulan libres alejándose de la ideología dominante.

Mandelstam ante el absurdo

Expone Isaiah Berlin en “Las letras y el arte en la Rusia de Stalin” (1945), un ensayo recopilado en La mentalidad soviética (Galaxia Gutenberg y círculo de lectores, 2009) que a los escritores se les considera: “[…] personas a las que hay que vigilar muy de cerca, puesto que manejan el peligroso bien de las ideas y, por lo tanto, hay que velar porque no establezcan contacto privado e individual con extranjeros con mucha más cautela de lo que ocurre en el caso de otros intelectuales, como actores, bailarines y músicos, a quienes se tiene por seres menos susceptibles al poder de las ideas y, en ese sentido, más aislados de las influencias perturbadoras del extranjero”. Esta observación aclara por un lado el motivo de la persecución absurda que sufrieron poetas como Ósip Mandelstam o escritores tan inclasificables como Daniil Kharms, quienes murieron o desaparecieron en situaciones terribles, pero también subraya el hecho de que la literatura que trabaja con palabras, supone de algún modo la transmisión de ideas.

La literatura no es exactamente ideas. Sin embargo, a veces, éstas forman parte de su entramado. Cuando las ideas se notan demasiado, la literatura pierde, pues su sentido se reduce a la transmisión de un mensaje. Deja de ser revelación para convertirse en ideología. Por ello Stalin y otros políticos como él, instauraron institutos de censura que intentaron bloquear a quienes trabajaran elaborando un lenguaje de expresión personal que se alejara de la llana necesidad de informar. Un poema no dice nada a nadie, se trata como dijo alguna vez Vicente Huidobro, de no hablar de la rosa, sino de hacerla florecer en la escritura. En la poesía rusa del siglo XX, se forjó, “contra toda esperanza”, una de las experiencias más ricas de la literatura universal. Mandelstam, según contó su viuda Nadiezhda, exiliado en su propio país, volcado contra la pared, mal alimentado y tiritando de frío, sin lápiz ni papel, tartamudeaba casi con vergüenza, en los minutos más negros de la noche, las palabras que irrefrenables se depositarían después en sus magistrales poemas. Si algunos de ellos nos resultan oscuros, es porque se escribieron desde una hondísima oscuridad, y aún desde ese lugar sombrío, Mandelstam pudo proyectar versos como éstos: “Y tú, irradia el círculo / -no hay otra felicidad- / y aprende de las estrellas / el significado de la luz”.

En otro momento el poeta ruso escribió unas líneas satíricas sobre Stalin. Ése fue su crimen. Mandelstam era un hombre delgado y atento, culto e inteligente. Enamoradizo. Amaba a los autores clásicos, griegos y romanos, a la poesía simbolista francesa, y era probablemente algo extravagante. Su imaginación era sin duda la de un poeta. Su mente relacionaba cosas, situaciones. Su capacidad analítica emergía de la comparación. En su Coloquio sobre Dante (Visor, 1995) escribió: “Me pregunto -y no en broma- cuántos pares de botas, cuántas suelas de cuero y cuántas sandalias gastó Alighieri a lo largo de su trabajo poético, recorriendo los caminos de cabra de Italia”. Y es que la poesía se escribe con el cuerpo. Es un ritmo que surge de la relación del cuerpo con el mundo.

En La mentalidad soviética, he leído el mejor de los trabajos que he podido encontrar sobre Mandelstam. En este se refiere una anécdota que desconocía. Bliumkin, oficial del Cheká, organización política y militar “contrarrevolucionaria”, borracho en una cafetería, escribía los nombres de hombres y mujeres que serían ejecutados. Mandelstam se lanzó sobre él, le arrancó las hojas y las rompió frente a la mirada sorprendida de todos. Luego salió del local. Al parecer en esa ocasión se salvó gracias a la hermana de Trotsky, quien intercedió por él. Se necesitaba algo más que coraje para hacer algo como eso en un país donde el terror obligaba a la denuncia, y donde la muerte era algo más tangible que en cualquier otro sitio. Lo que Mandelstam defendía con acciones como ésas no era solamente la poesía o la posibilidad de escribir poemas, eran vidas, seres humanos condenados por la arbitrariedad

About Irad Nieto

About me? Irad Nieto es ensayista. Durante varios años mantuvo la columna de ensayo “Colegos” en la revista TextoS, de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Publicó el libro de ensayos El oficio de conversar (2006). Ha colaborado en diversas revistas como Letras Libres, Tierra Adentro, Nexos, Crítica y Luvina, entre otras. Fue columnista del semanario Río Doce, así como de los diarios Noroeste y El Debate, todos de Sinaloa. Su trabajo ha sido incluido en la antología de ensayistas El hacha puesta en la raíz, publicada por el Fondo Editorial Tierra Adentro en 2006 y en la antología de crónicas La letra en la mirada, publicada en la Colección Palabras del Humaya en 2009. Actualmente escribe la columna quincenal “Paréntesis” en El Sol de Sinaloa.
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