Hace apenas dos días conseguí el libro de ensayos La Fábrica del Lenguaje, S.A. (Anagrama, 2011) de Pablo Raphael. Había yo leído algunas recomendaciones, y la información de la cuarta de forros del propio libro me animó; así que lo abrí con entusiasmo y comencé a hojearlo. Luego de leer varias páginas sentí que me movía en un texto que batía demasiadas cosas a la vez y con una velocidad y brevedad que le restaban fuerza argumentativa, quizás peso intelectual. Algo no me convencía del todo. Y ahora me encuentro con un artículo de Nicolás Cabral, La escritura como síntoma, que expresa con inteligencia varias de las cosas que experimenté. Para Cabral, el libro tiene un problemita: “antes que un análisis, es un síntoma de la cultura que se propone desmontar”. Les recomiendo esta lectura:
La cuarta de forros nos informa: “Éste es un ensayo sobre el lenguaje, la idea de generaciones y las estéticas de la literatura contemporánea; pero también es una denuncia que señala los mecanismos que han provocado el distanciamiento entre la creación y la acción, la ética y la estética, la literatura y el espacio público entendido como ese lugar físico o virtual donde el idioma se estandariza al modo del mercado”. La prometedora descripción se refiere a La Fábrica del Lenguaje, S.A., de Pablo Raphael, publicado por Anagrama en su colección Argumentos. El libro, que en tres centenares de páginas pretende hacer un diagnóstico de la literatura mexicana (e hispánica) contemporánea en el contexto del neoliberalismo, tiene un problema central: antes que un análisis, es un síntoma de la cultura que se propone desmontar.
Dos son las fuentes formales de La Fábrica del Lenguaje, S.A. –que semeja, antes que un ensayo, un artículo de opinión interminable (el e-mail y Facebook como sustitutos de la biblioteca)–: el eslogan y el zapping. El volumen denuncia el pensamiento superficial que, a su juicio, domina la cultura contemporánea, pero ¿no supondría eso un esfuerzo de profundidad? Tomemos, al azar, algunas frases del libro: “Nuestra era es la era de las cosas que no se pueden tocar”, “La originalidad es lo homogéneo disfrazado del derecho a la autenticidad”, “El capitalismo ha sido el mejor reproductor de la condición comunista”, “La última filosofía pacífica mutó en filosofía pasmada”, “El problema está en pasar de la protesta a la propuesta”, “Quizá pensar en la caída del comunismo no sirve para nada porque ese comunismo es idéntico al consumismo contemporáneo y sus prácticas homologadoras”. Me detengo ahí. Ya se ve el estilo: juegos de palabras (protesta-propuesta, comunismo-consumismo), brevedad epigramática, simplificaciones sospechosas. He aquí uno de los problemas centrales del libro: la incapacidad autorreflexiva, que lo lleva a hacer uso de los procedimientos que critica, sin sobresaltos visibles. No es casual su fascinación por Twitter, en la medida en que un porcentaje significativo de sus frases no supera los 140 caracteres.
La temática inestable del texto da otra clave: no se trata, aquí, del uso del fragmento como lo entendió la modernidad –escaso en la literatura mexicana; lo ha estudiado Eduardo Milán– sino de incapacidad discursiva, la imposibilidad de mantener la atención en un problema. El fenómeno, como sabe cualquiera que pasa algún tiempo frente al televisor, se llama zapping, y no es ajeno a la lógica de la búsqueda en línea: una cosa lleva a la otra, sin solución de continuidad. Así, Raphael puede pasar de la perversión del lenguaje operada por los medios de comunicación al análisis de la condición neoliberal –leer a David Harvey habría sido productivo–, sin privarse de ofrecer una taxonomía arbitraria de las búsquedas de la narrativa mexicana actual. El resultado es un baturrillo donde la argumentación desaliñada no logra distraer de las contradicciones, los non sequitur o las informaciones equivocadas (Raphael da por buena una célebre entrevista apócrifa a Marcola, el líder criminal brasileño)…