Pescar una frase

En una ocasión un querido amigo me preguntó por qué tenía la fea costumbre de subrayar los libros. “Se ven mal y sucios. Los libros merecen nuestro cuidado y respeto”, me dijo con seriedad. Me quedé pensando en su comentario y en esa manía que padezco y practico con descarada naturalidad. La verdad es que no recuerdo cuándo perdí el respeto a las páginas de los libros. Desde hace muchos años comencé a subrayar líneas y luego párrafos completos mientras leía. También encerraba frases, abría corchetes o paréntesis, ponía signos de interrogación o admiración y otras tantas marcas que, lo admito, estropeaban el silencio y tranquilidad de las letras allí impresas. A veces hasta reproducía en los márgenes de la pagina, por el puro placer de la repetición, un enunciado, el disparo sordo de una idea o un párrafo entero. Empecé utilizando lápiz, únicamente. Más tarde empuñé la pluma y acribillé, sin distingos, ediciones baratas y de lujo, libros clásicos y no tan clásicos, libros buenos y también malos, libros propios y ajenos, libros comprados y hurtados, una novela o un libro de aforismos, pero igualmente los estatutos inverosímiles de un partido político. Todo leía y subrayaba.

El acto de leer implicó para mí, desde muy temprano, deslizar la punta de mi pluma de izquierda a derecha, debajo de las líneas, hasta ir formando estelas de lectura; dialogar con el texto, resaltar algún pensamiento, interrogar ante una duda, enfurecerme frente a una estupidez o atrapar –lanzando una red sobre ella— una frase memorable.

Es difícil encontrarme con un libros que haya leído y no estén marcados y anotados por todas partes. Por eso me apena prestarlos: la conversación ahí entablada, uno supone, es de carácter privado y sin inhibiciones; por momentos más cerca del grafiti y del diario que de la reflexión intelectual.

En un diálogo imaginado por Petrarca, en el Secretum meum, Agustín propone: “Cada vez que leas un libro y encuentres alguna frase maravillosa que te conmueve o deleite, no confíes en el poder de tu propia inteligencia, sino fuérzate a aprenderlas de memoria y a familiarizarte con ellas meditando sobre su contenido, de manera que cuando te sobrevenga una aflicción muy profunda, tengas el remedio preparado como si lo llevaras escrito en la mente. Cuando encuentres pasajes que te parezcan de provecho, señálalos con claridad, lo que tal vez te sirva para expresarlos en tu memoria, no sea que de lo contrario se te escapen volando.”

¡Señálalos con claridad!, nos aconseja Agustín acerca de pasajes y frases que deleitan y cultivan nuestro espíritu. El libro está ahí no para que lo respetemos y contemplemos como un objeto sagrado, sino para que extraigamos de sus páginas un fragmento de la vida, una imagen, una idea, el despliegue sagaz de una argumentación, una metáfora, y que entonces los aprendamos para repetirlos una y otra vez en nuestra memoria, para que nuestra subjetividad sea mucho más rica en historias y razones, para que sean parte de nuestra vida cotidiana en charlas con amigos, amantes, padres, hijos, compañeros de trabajo…, para crear un discurso propio, hábil, imaginativo (nutrido por la lectura de libros), capaz de narrar y entender una realidad que está ahí para ser contada e interpretada.

Gabriel Zaid: “Hay frases que llaman la atención sobre sí mismas […] Parecen un milagro que se produjera solo. Tienen lectores antes de tener autor. En esa revelación está el origen de la literatura. Las frases observadas, celebradas, repetidas, se vuelven textos que circulan sin firma ni control”. Textos que se insertan, inesperadamente, en una conversación. Y la enriquecen con literatura.

Mi costumbre de resaltar frases y rayonear libros, con pésima caligrafía además, no ha desaparecido: ha empeorado. Apenas el 25 de marzo pasado me descubrí subrayando páginas enteras (exagero) de un libro, prodigios de inteligencia, y anotando febrilmente en sus espacios libres. Con los años ha venido acumulándose una escritura íntima que viene de los márgenes y la noche; quizás con poco valor, pero que da cuenta de un diálogo, que registra una historia (una vida) de lecturas, desvelos y locuras (quienes escriben están locos, asegura Joyce Carol Oates. Y nadie la ha desmentido).

About Irad Nieto

About me? Irad Nieto es ensayista. Durante varios años mantuvo la columna de ensayo “Colegos” en la revista TextoS, de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Publicó el libro de ensayos El oficio de conversar (2006). Ha colaborado en diversas revistas como Letras Libres, Tierra Adentro, Nexos, Crítica y Luvina, entre otras. Fue columnista del semanario Río Doce, así como de los diarios Noroeste y El Debate, todos de Sinaloa. Su trabajo ha sido incluido en la antología de ensayistas El hacha puesta en la raíz, publicada por el Fondo Editorial Tierra Adentro en 2006 y en la antología de crónicas La letra en la mirada, publicada en la Colección Palabras del Humaya en 2009. Actualmente escribe la columna quincenal “Paréntesis” en El Sol de Sinaloa.
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2 Responses to Pescar una frase

  1. Eugenio says:

    Recomiendo trasladar esos subrayados a un cuaderno: aquello que se desea conservar se interioriza mejor y los libros quedan intactos para futuras lecturas. Yo voy copiando en un cuaderno lo que me interesa recordar de cada libro y luego lo transcribo en otro donde agrupo en orden todas las anotaciones; os aseguro que repasar estas notas es como volver a releer aquello que más te gustó. Además, refuerzas el recuerdo y practicas la escritura. ¡Un saludo!

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  2. Irad says:

    Mi estimado Eugenio:

    Yo también suelo anotar en cuadernos, fichas de trabajo y hasta servilletas (algún día escribiré un elogio de las servilletas) aquello que me gusta de un libro. Estoy de acuerdo contigo cuando dices que transcribir es practicar la escritura, aunque sea la prosa o el verso de otro escritor; algo se aprende y se memoriza. Por lo que cuentas, eres una persona ordenada. ¡Yo soy the total chaos!

    Saludos!!

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