Crisis en la escritura de novelas

En un ensayo publicado por la revista Hermano Cerdo la escritora y profesora Cathy Day reflexiona en torno a la crisis de la novela en las universidades que imparten cursos de escritura creativa. Su texto comienza así:

1. Una profesora-escritora consulta su bola 8 mágica

¿Por qué he pasado veinte años de mi vida escribiendo relatos en lugar de novelas?

Respuesta ambigua, vuelve a intentarlo.

Porque tengo clarísimo que de cría me encantaba leer novelas y, salvo los que me mandaban leer en clase, casi nunca leía relatos.

Todo apunta a que sí.

Que escriba relatos ¿es para mí algo innato o se debe a la educación que he recibido?

Concéntrate y pregunta de nuevo.

¿De veras llevo dos décadas escribiendo relatos solo porque se trata del único género prosístico para el que he recibido una formación específica?

Sin duda.

¿Y qué pasa con mis estudiantes, con la siguiente generación? ¿Les he transmitido esta inclinación hacia los relatos?

Definitivamente es así.

2. No estamos experimentando un renacimiento del relato

En la actualidad, la mayoría de los escritores se forman en cursos de escritura creativa, en los que los textos fundamentales son relatos y poemas aislados. A medida que van pasando de la clase de introducción a los cursos de nivel intermedio y avanzado del género que hayan elegido, se concentran en los aspectos del arte de escribir ficción encuadrada en estas formas breves, cuya creación y ejecución van dominando cada vez más. Tanto en los cursos de postgrado como en los de licenciatura, la mayor parte de los profesores de los talleres de ficción utilizan el relato (no la novela, ni la novela corta, ni las novelas compuestas de relatos interrelacionados) como principal herramienta pedagógica con la que analizar cómo se escribe ficción. ¿Por qué es así? Muy sencillo: el relato es un género más manejable, tanto para el instructor como para el alumno, y yo he sido ambas cosas. A un escritor que imparte un montón de cursos y que siempre tiene presente que debe mantener un equilibrio entre el tiempo que dedica a escribir y a preparar las clases, le resulta más cómodo que en sus clases se estudien relatos a que se estudien novelas, y le resulta más sencillo corregir y criticar la obra en la que está trabajando un alumno si esta tiene una extensión de diez páginas que si se trata de una narración de trescientas. Y también es más beneficioso para los alumnos. En el limitado marco temporal de un semestre, experimentan la sensación de logro que proporciona la escritura, presentación para su discusión, revisión y, tal vez, incluso finalización (¡o publicación!) de un relato. Es una experiencia totalmente aristotélica. Comienzo. Desarrollo.

Fin. ¡Y sanseacabó!

Y aquí voy a aventurarme a afirmar lo siguiente: el relato no está experimentando un renacimiento. La actual y tan comentada superabundancia de narrativa breve en el mercado no tiene nada que ver con una auténtica dedicación a este formato. Esta situación es debida a que todos esos escritores a los que formamos solo saben escribir relatos, así de sencillo.
La universidad —no las salas de redacción ni los salones literarios ni las empresas de publicidad— ha asumido toda la responsabilidad de incubar jóvenes escritores. En su nuevo libro, The Program Era: Postwar Fiction and the Rise of Creative Writing (La era del programa: la ficción de la posguerra y el auge de la escritura creativa), Mark McGurl afirma que ya es hora de que reparemos en la «relación cada vez más estrecha entre la producción literaria y las prácticas habituales en la educación superior».

Así que, aquí estoy, poniendo atención.

No me malinterpretéis. Me encantan los relatos, de verdad que sí. Me encanta explicarlos en clase y escribirlos. Algunos de mis escritores favoritos cultivan casi exclusivamente este formato. Los relatos me han sido de gran utilidad. No son más fáciles de escribir que las novelas; no son en modo alguno inferiores a la novela. Así que dejémoslo claro. No estoy menospreciando ni los relatos ni a sus muchos cultivadores.

Lo que estoy diciendo es que creo que gran parte de lo que sale de los programas de escritura creativa son relatos que en realidad podrían ser o desean ser novelas, pero que los talleres universitarios de narrativa no son terreno fértil para esas semillas narrativas. Las semillas no crecen. Se dificulta su crecimiento (en ocasiones) de manera activa y (más habitualmente) de forma pasiva. El ritmo universitario, el trimestre o semestre, es propicio para la escritura de obritas breves, no de algo grande, y no creo que nosotros (y con «nosotros» me refiero a los miles de escritores que en estos momentos estamos contratados en este país para dar clases de escritura de ficción) nos esforcemos lo suficiente como para plantearnos algo que vaya más allá de ese ritmo, porque muchos de nosotros no conocemos ningún otro. Tenemos que enseñar a los estudiantes a pasar del «relato» al «libro», porque el libro es (al menos, por el momento) la unidad primaria de producción intelectual

About Irad Nieto

About me? Irad Nieto es ensayista. Durante varios años mantuvo la columna de ensayo “Colegos” en la revista TextoS, de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Publicó el libro de ensayos El oficio de conversar (2006). Ha colaborado en diversas revistas como Letras Libres, Tierra Adentro, Nexos, Crítica y Luvina, entre otras. Fue columnista del semanario Río Doce, así como de los diarios Noroeste y El Debate, todos de Sinaloa. Su trabajo ha sido incluido en la antología de ensayistas El hacha puesta en la raíz, publicada por el Fondo Editorial Tierra Adentro en 2006 y en la antología de crónicas La letra en la mirada, publicada en la Colección Palabras del Humaya en 2009. Actualmente escribe la columna quincenal “Paréntesis” en El Sol de Sinaloa.
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